sábado, 21 de junio de 2008

Vampiro II

A los 15 probé por primera vez la sangre humana. Sólo un poco. Fue con uno de mis primos, que entre juego y juego, le encajé el diente. Fué todo tan rápido, tan fugaz. Él, por supuesto, salió corriendo, no sabía lo que estaba pasando. Recuerdo que yo corrí a lavarme los dientes, y me los lave como tres veces seguidas, quiería arrancar de mi lengua ese delicioso sabor a sangre, pero que se había impregnado para vivir ahí. Sólo se trató de algunas gotas, pero sabía que al dar ese paso no habría vuelta atrás. A pesar del terrible miedo, no podía luchar, estaba vencido en esa guerra.

Ese fue el detonante para iniciar una profunda transformación a las tinieblas totalmente. Todo cambió, la música satánica, los elementos macábros, atemorizar a la familia. Ya no volví a alimentarme hasta mucho tiempo después, pero en esa reclusión de muerte, me pudría lentamente.

Cuando empiezas a tranformarte, todo lo ves diferente. Tienes una furia interna que no puedes controlar, y que se destapa con la más mínima provocación. Tienes un odio hacia todo. Fue un tiempo de lucha, de magia oscura, de buscar soluciones falsas a todo lo que, en ese momento, no era más que confusión.

En materia religiosa, no era muy afecto, es más nada. Me daba pereza y guardaba rencor y odio contra dios por haber permitido que esto me pasara. Me sentía rechazado, olvidado, hasta odiado por Él.

A los 17 me presentaron a otro Dios, uno que me aceptaba como era, que no me hizo ningún reclamo, ni tenía ninguna petición, que me ofreció una tregua, una opción de redención, la vida eterna.

Siempre había visto peliculas de vampiros, donde el cuento de los espejos, pero es irreal. Lo real es que no te puedes ver en los espejos porque lo único que ves es odio y oscuridad, pero el ser humano que veías antes ya no está. Tampoco lo de los ajos, esos son cuentos de viejas supersticiosas. Tampoco puedes volar, ni transformarte en murcielago. Sólo odias y tienes sed de sangre.

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