viernes, 23 de mayo de 2008

"Estoy infectado"

Hoy es fue un día normal. Normalmente no tengo clases, pero como no hubo una clase entre semana tuve que ir a la facultad. Antes tuve que pasar al médico para que me medicara sobre el problema de reflujo nocturno que me aqueja desde hace tiempo. Su diagnóstico no fue bueno.

Un amigo mío, el mejor que tengo en este extraño país me acompañó, fue a recoger el resultado de unos análisis que le habían hecho, al parecer por un problema similar al mío, reflujo.

Mi médico no estaba, así que espere a que él saliera de su consulta y salir corriendo para la facultad. Después de unos diez minutos salió con los ojos llorosos, yo no sabía que pasaba, y solo me dijo: “espere, ahora vuelvo”, solo se fue al otro lado del pasillo, y allí estuvo unos minutos, como no sabiendo que hacer. Luego volvió y me dijo: “tengo que repetirme los análisis”. No dijo más. Supe que algo había salido mal. Todo silencio.

En el ascensor yo insistí: “pero ¿te dijo algo el doctor?”, “pues que me tengo que volver a hacer los estudios”. “¿Y ya vamos al laboratorio?... “No, voy a sacar cita” “¿Cita?” “Sí, me mando con otro doctor, al área de enfermedades infecciosas” En ese momento me quedé mudo. No sabía que decir. Decir que se estuviera tranquilo era demasiado decir, claro, yo no estaba en sus zapatos, decir cualquier otra cosa y nada era lo mismo, parecía que no oía nada de lo que sucedía a su alrededor.

Sacamos la cita, que se la dieron para las 12, así que tenía que ir a clase. Me acompañó para resolver algunos problemas en la secretaría. En la cafetería de la facultad nos tomamos un café. Todo era silencio, algunas frases que yo no continuaba. Pensaba que era mi deber respetar su espacio, su angustia. En realidad es una situación novedosa y cruel.

Saliendo de clase me fui directamente para el hospital. Él debería de estar en consulta, así que le esperaría a que saliera y me dijera que todo estaba bien, que algún resultado no había salido claro o que en vez de algún problema del estómago se trataba de algún virus de los que provocan cáncer en la boca del estómago.

Tenía poco tiempo que a un amigo le habían descubierto esas bacterias. Tienen la capacidad de sobrevivir a los ácidos del estómago y ahí se reproducen provocando normalmente un cáncer en el estomago.

Llegando al piso 7 estaba allí. Sentado. Esperando.

Me senté junto a él. Todo seguía siendo silencio. Le pregunté por el periódico que estaba junto. Me dijo que lo tomara, que no sabía de quién era. Lo tomé y preferí sumergirme en él a decir cualquier cosa. Antes de saber bien que era lo que sucedía, no tenía nada que decir.

A los 10 minutos le llamaron. Me dejó las cosas y antes de irse me mostró sus manos que no paraban de temblar. Y me dijo: “Estoy sudando mucho, como nunca”.

Sólo pude decir: “Tranquilo, hay que esperar a ver que dice el doctor”.

Terminé de leer el periódico. Habían pasado 20 minutos. En eso salió al baño. Vi su cara, era diferente, parecía que no había pasado nada. En mi rostro se dibujó una sonrisa, estaba seguro que todo había salido bien y que en realidad se trataba de algo parecido a lo que me temía, las dichosas bacterias.

Hay tantas enfermedades nuevas… Apenas el día anterior me había topado en la casa de un amigo con un letrero que estaba sobre un pedazo de pan y unos chocolates y que decía: “Sin Gluten”. Y yo le dije: “¿Qué significa esto?” “Ah, es para los que no pueden comer pan” Yo me acerqué al plato que estaba en el carrito de la merienda y detenidamente me fije lo que estaba debajo del letrero: “Joder… juraría que eso es un pan” Él sonrió y me dijo: “Bueno, es un pan pero sin gluten, es decir, sin la sustancia del pan” De ahí me explicó que esa enfermedad se llama de los celiacos, cosa tan rara, pero es gente que no puede comer pan, y que era la primera vez que yo me enteraba que existía gente que no podía comer pan. De ahí charlamos sobre el tema, que tienen un club, una revista, una serie de productos, etc.

Me dispuse a seguir esperando, así que saqué mi ipod de mi mochila, también mi celular para jugar backgammon, y a esperar. En eso me di cuenta que estaba acercándose mi doctor junto con otra persona que conozco. Me levanté y fui a saludarlo. Me dijo que había sabido que estuve en la mañana, y que me atendería en el momento. Después de mi consulta salí y seguí esperando.
20 minutos más y se asomó por la puerta donde había entrado. Me dijo que me acercara. Tenía la misma cara tranquila, aunque ahora percibía cierta preocupación. Bueno, pensé, lo de unos bichos que sobreviven a tus ácidos estomacales y que al tener sexo y procrear producían cáncer no debía de ser un diagnóstico muy halagüeño. “Venga, vamos a hablar con el Doctor” “¿Yo?” “Sí” Después de entrar al consultorio, que estaba vacío, me preocupé de las cosas, así que salí por ellas rápidamente y volví. Afortunadamente aún no estaba el médico. Espere. Aún silencio. “Pero ya le dijeron o aún no” “Ya me dijeron, y ojalá a usted nunca se lo digan” En ese momento me callé, sabía lo que trataba de decirme, pero es difícil asimilarlo… Aún que no se trataba de mi diagnóstico, es difícil asimilarlo.

Ahora puedo decir que es la cuarta vez que estoy cerca de la muerte. La primera vez fue hace diez años. Estaba yo en Isla Mujeres paseando y dando un curso a unas personas muy pobres, entre los que estaban varias familias de pescadores de la Isla. El día en que terminó el curso fuimos a dar un paseo por el mar. Cerca de la isla hay unas rocas donde tiene a una virgen, que para verla bien hay que meterse al mar y con snorkel acercarse un poco, pero sólo un poco, pues la marea te puede, literalmente, azotar contra las rocas donde esta colocada la virgen. Mi snorkel era totalmente rudimentario, estaba hecho de esos tubos anaranjados que sirven para los cables de la luz, sin boquilla. Además el visor estaba totalmente dañado, me quedaba grande, etc. El zambullirme, por el agua fría, o por lo inquietante de no tener piso sino hasta 15 metros más abajo, o por las dos, abrí las manos que sostenían mi valiosísimo equipo. Todo salió por los aires, bueno, por las aguas, y yo empecé a hundirme. Sé nadar bien, pero había tragado agua salada y me estaba ahogando. Mi primera preocupación fue rescatar el valiosísimo equipamiento que lograron tomar de mis manos antes de que se empezara a hundir. Luego trataron de sacarme pero era imposible, además de que yo no dejaba de toser. No me quedaba de otra más que nadar, pero aún así yo tosía, era algo inevitable, y la corriente me llevaba hacia las rocas a una velocidad que me parecía de película. Lo único que pude ver fue una masa negra debajo de mis pies, y un pequeño espacio en blanco donde puse mi pie. Ahora que lo veo, era imposible atinar a un espacio tan pequeño donde sólo cabía uno de mis pies con el que me apoyé. Todo lo demás de color negro era una colonia de erizos de mar. Por lo demás, me abracé a la roca. Yo no escuchaba los gritos de todos que con estupor me veían abrazarme al coral de fuego y que sabían que si tenía la suerte de que al menos tres o cuatro erizos me envenenaran tal vez podría darles tiempo a llevarme a algún médico que me salvara la vida. Pero era tal la cantidad de erizos que era muy poco probable. Sólo después supe que estuve a punto de perder la vida. El coral de fuego había quemado mis brazos, como si fueran quemaduras de fuego de segundo grado, pero de los erizos nunca supe nada.

La segunda vez que estuve cerca de la muerte fue cuando recibí un pelotazo de golf. Estaba jugando, y como siempre me adelanté un poco, ya habían tirado todos, así que no habría ningún problema, pero lo que no había visto es que dos de los jugadores con los que iba jugando se habían ido al agua. Así que volvieron a tirar cuando yo ya estaba en green. Me encontraba en la orilla, así que era poco probable que me llegara cualquier bola. Pero la realidad es que no es así. La realidad es que una de esas cosas puede matarte. Quedé inconsciente durante 20 minutos, en el hospital el doctor me dijo: “estuvo usted a cuatro dedos de morir”. El golpe había sido en la nuca, muy cerca de la base del cráneo, exactamente a cuatro dedos.

La tercera vez estaba en la playa, de nueva cuenta en Cancún, en una boda. Estaba a punto de suspenderse porque las tormentas en Cancún son muy sorpresivas. En un espacio en el que tan repentinamente como llovió salió el sol, inicio la ceremonia. Yo de lejos alcanzaba a ver un grupo de nubes muy negras que se acercaban, pero pensé que iba a dar tiempo perfecto para terminar la ceremonia en la playa y meternos a la casa para la fiesta. No fue así. Muy cerca de donde yo estaba, a escasos 40 metros, en la orilla del mar cayó un rayo. El sonido es de lo más fuerte que he escuchado en mi vida, obviamente todos saltaron, pero el chispazo lo vi en cámara lenta, y aun lo recuerdo. El rayo salió por mi mano para regresar al cielo nuevamente. Mi teléfono celular olía a quemado, y estuve con dolores en el nervio de mi antebrazo por más de una semana, y con la mano amoratada. Pero eso fue todo. Recuerdo que terminando, antes de subir al avión le llamé a mi madre y le dije: “te llamo para que me felicites”. Ella muy dubitativa pero tratando de jugar la supuesta broma de dijo muy alegre: “Felicidades… pero ¿por qué?” “Es que acabo de nacer… me cayó un rayo y estoy vivo y bien” Luego me enteré de que casi le da un infarto de la impresión, pero no pasó nada gracias a Dios. Subiéndome al avión me tomé un vaso de whisky como si fuera agua, y me dormí todo el camino.

Pues así de cerca me sentí hoy. Cayo muy junto de mí. El VIH de mi amigo cayó justo a mi lado. Creo que esta es la cuarta vez que me salvo de la muerte.

Ahora soy incapaz de repetir todo lo que doctor dijo en esa reunión. Luego me enteré de que todo ya se lo había dicho a mi amigo, y que sólo quería repetirlo conmigo. Sentía el entrecejo fruncido mientras le escuchaba, pero no podía cambiarlo. Sabía que mi cara tenía una expresión rara, entre espanto y asombro, pero no podía cambiarla.

Al salir del consultorio el médico casi abraza a mi amigo y le dijo: “ánimo, aquí no acaba todo, aquí empieza”. Yo me sentía un inútil.

Saliendo al área de espera se desplomó en el asiento. Trabajosamente podía respirar, y dijo: “espere un momento, que me siento mal, estoy muy mareado”. Yo estaba totalmente en shock, y no podía imaginarme lo que estaba sintiendo él. Pero debía de ser terrible. Yo ahí de pie, no sabía si sentarme, no sabía si seguir de pie a su lado, no sabía qué decir. El lloraba.

Luego de un rato, trató de doblar la receta que le había mandado el doctor pero el temblor de las manos se lo impedía. Yo tomé los papeles y le los guardé, y le dije: “Tranquilo, que no estas sólo” Luego me callé, todo era silencio, claro, cualquier cosa podía yo decir, y por más que yo dijera no podría entenderlo porque solo era un espectador.

Era tarde, y después de que le sacaron sangre lo llevé a comer. No quiso nada. Aún así, tomé un pedazo de pan, y se lo ofrecí. Él lo tomó y se lo llevó a la boca; sabía que estaba tratando de vencer la depresión. Pedí un buen vino y en general gasté todos mis ahorros, que son poquísimos en esa comida. Luego que pedí, él no quiso nada, yo le insistí que al menos un caldo caliente le caería bien, y ante mi insistencia y mi preocupación accedió. Sabía que no tenía dinero y que estaba gastando todo lo que tenía en esa comida. Luego él tuvo que salir a hacer algún encargo que era ineludible. Yo lo esperé en el restaurante mientras comía.

Después de hora y media llegó. Se sentó. En el área a donde me había movido ya no había nadie. Comenzó a hablar, y sabía yo que eso era bueno. Le pregunté por una amiga suya a la que había visto ido a ver en ese momento al hospital y que el día anterior le habían diagnosticado cáncer de colon. Ahí se soltó a llorar.

Entre lágrimas me decía: “¿Qué voy a hacer?” “Vivir… puedes ayudar a mucha gente que no sabemos las cosas importantes de la vida y nos la pasamos desperdiciando en tonterías que no tienen importancia. Tú vas a aprender lo que realmente es importante”

Estoy en ello, pero sin duda mi amigo ha muerto. Tal vez como Lázaro yo sea la voz de Jesús que le llame por su nombre y lo devuelva a la vida, a luchar por la vida. Eso no le va a quitar la enfermedad, pero le permitirá vivir lo que le queda de vida.

Mi amigo hoy supo que iba a morir… Y Yo también me di cuenta de que me estoy muriendo.

No hay comentarios: